Mundo de cuerdas flojas.

El tiempo y la ausencia me han enseñado a convertirlo todo en arte. Ahora riego flores con mi llanto, pinto cuadros con mi sangre, escribo mi odio con tinta. Y es que no sé, ya no sé de qué manera canalizar la desesperada sensación de que estoy sola y los demás quiénsabedónde alcanzando horizontes para mí utópicos.

A cada palpito del tiempo me pregunto si son ellos demasiado rápidos o soy yo la que está congelada. Siempre me pregunto. Porque mi vida es una pregunta, o una sartén llena de porqués que hierven con mi sangre enojada que no entiende su utilidad de correr en mis venas. Mi corazón palpita. Sí, aún lo hace porque estoy viva, aunque mis pensamientos se hayan estancado y mi alma se haya olvidado de brillar, estoy viva. Y sigo preguntándome porqué.

Es la condena de los que no viven la vida, sino que la piensan. Soy espectadora de este mundo enfermo que gira en círculos pero no va a ninguna parte. Hablo de mi mundo. Este pequeño inestable que se derrumba a la luz de la luna y trata de reconstruirse a las seis de la mañana. Nada tiene sentido aquí y sin embargo elijo seguir caminando sobre cuerdas flojas. Tiembla, tiemblo. El desastre me balancea y yo tengo que hacer equilibrio. Aquí está el pudor de caer, pero también el penetrante miedo de vivir. Y no sé, en algún lugar del camino dejé abandonado un deseo, un sueño, una esperanza, un pedazo de amor. Mis sostenes para que el tiempo y la ausencia no me derriben quedaron escondidos en las partes sin luz de un pasado penoso. Entonces la cuerda tiembla, pero no lo suficiente. Porque mi mundo se trata de eso, de caminar sobre cuerdas flojas pero sin caerme nunca. Es un constante temblor que me eriza la piel y florece mis miedos, pero no me permite disfrutar del peligroso alivio de caerme y estrellarme contra el fin.
Y todavía me pregunto porqué sigo eligiendo intentar.