Ƹ̵̡Ӝ̵̨̄Ʒ

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Mis abejas se perdieron.

Me fui porque sabía que si no huía antes de que el sol se escondiera tras el horizonte, iba a ser espectadora del triste poema de flores que marchitan porque ya no riman, y son arrancadas de sus raíces débiles por las agujas, filosas armas, de los relojes asesinos que mecen a nuestras vidas. 
No quería ser yo la portadora del vacío que implica que mis ojos choquen con las espaldas de los que alguna vez, cuando las flores desprendían aromas dulces, hicieron la promesa de no dejar morir pétalos por más que los asesinos acechen  y amenacen con correr dejando que una sequía invada los campos floridos.
Nunca me permití ser esclava de una promesa y parecía tragar agua ardiente cuando alguien se presentaba a mi corazón con un "por siempre" que se difuminaba a cada luna, a cada sol, a cada puñal por detrás.
Sí, huí. Fue sin querer, sin darme cuenta, casi inconsciente. Pero huí y obligué a los demás a cargar con la ausencia, si es que alguna vez llegué a ocupar un lugar en sus almas. Me concentré en tirar de mis raíces para ahorrarle el trabajo a las agujas, y sentí un calor culposo en la nuca cuando sus ojos chocaron con mi espalda y mis pies corriendo a tal velocidad que parecía querían levantar vuelo.
Es que sí, claro, fue sin querer. Pero en el fondo, en el corazón de polen, las abejas peligrosas se alimentaban y, una vez fortalecidas, ansiosas estaban de ir en busca de lugares en donde clavar sus poderosos aguijones. Porque las raíces estáticas te aferran a la tierra y no ves más allá de las flores de tu alrededor y el mismo campo florido de siempre, con el sol que sale a pintarnos de dorado hasta que la noche hace aparecer luces en el cielo que bailan y nos invitan a soñar. Soñar. Sueño aquí, pero mis sueños florecen lejos. Las abejas quieren ir lejos. Las voces galopan en mi mente, dicen es muy importante no olvidarse de las raíces, de donde uno viene. Y no me quería olvidar, sólo quería probar algo nuevo.
Me fui en silencio para no sufrir la despedida, y sin querer clave alguna que otra espina en mis flores compañeras. Logré liberar a las abejas para que vayan en busca de sueños, pero ahora no tengo a quien contarle mis éxitos y fracasos.
Me arranqué las raíces, me sentí superior por ser la única capaz de ser algo más que una bella flor plantada en la tierra aburrida de siempre. Y ahora que en el campo las flores ya dejaron de preguntar por mis pétalos, se posa en mí la amargura de necesitar consuelo, un apoyo, aromas dulces. Esa necesidad humana que la vida me presentó recién ahora, de precisar un campo florido a donde volver cuando las abejas se sienten perdidas.


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