¿Por qué será que en los momentos más felices el pasado decide colarse, interponerse y marchitar toda esperanza de una vida mejor?
El alma se destiñe, los sentimientos comienzan a revolotear en mi pecho como pájaros enfermos y cansados que quieren morir porque eso sería mejor que vivir deteriorándose.
Las sombras del pasado se presentan y ahuyentan la luz del hoy. El ambiente se enfría, todo se vuelve frío. Todo afuera y todo acá adentro, dentro de mí. Frío. Helado.
El pasado revive y proyecta ante mí sus imágenes.
Todo me da vueltas.
Todo gira y todo se cae.
Mi único apoyo era el hoy, pero el hoy ya no existe.
Todo se disuelve y se vuelve confuso.
Todo retrocede y yo muero lentamente.
Vuelven las lágrimas y los gritos. El día gris. Todo llora, todo se inunda. Y yo me ahogo. Me ahogo pero no muero. Vivo. Vivo ahogada entre sus gritos desesperados y angustiados.
Nada es real, todo se desvanece.
Hay que pisar el pasado pero él me pisa a mí. Me siento pequeña ante su poder.
El pasado. Qué cosa más escalofriante, insoportable, cargosa... Que me atormenta en los momentos que menos lo esperaba y que me hace mal. Sobre todo eso: me hace mal.
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