Corro los días sin transitarlos. Paso casi sin dejar huella, solo un rastro débil borrado de manera fugaz porque nadie me creyó que estaba dando lo mejor que podía. Y quizás tenían razón.
Corro la semana al ritmo acelerado que me palpita en la nuca, deseando que llegue el domingo aunque siempre termine tratándose de llorar por no ser otra
habitando otro espacio
recorriendo otro camino.
Pero entonces escucho
la música suave y lenta que sale de vos
fuente de cariño y paciencia,
que apuesta a que doy todo esto que puedo
que es lo mejor en mi estado ansioso y frágil,
pero no suficiente para lo que yo creo que
el mundo me exige.
Es domingo y una cosa de pelos y amor busca calor entre nuestros cuerpos. Ronroneo que ahuyenta a los monstruos ansiosos de atormentarme.
Y tu piel tibia por la mañana me recuerda que nada es tan malo ni yo soy tan débil como me intento convencer.
Quiero que ese pulso rutinario que me pisa los talones obligándome a largar carrera cada día se detenga un poquito en el rayo de sol que se introduce por la ventana y colorea este momento que eternizo en poesía.
Quizás se trate de esto, del pequeño detalle que está justo acá, en donde se congela el tiempo. Y yo queriendo encontrar respuestas apretando el acelerador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario