Parece el océano. A cada exhalación las olas suaves se deshacen para volver a regenerarse. El bonito vaivén del mar. Exhala y me dejo llevar por su balanceo. Es un mar tan calmo, tan sereno, tan pacífico...
Escucho el aleteo de un ave que vuela justo por encima de mi cabeza. Siento cómo retumba dentro de mí aquel pájaro libre que podría tomar cualquier rumbo pero que se queda aquí, a mi lado. Es su vuelo de ritmo constante el que me adormece y le da pulso a mi sueño. Escuchar cada uno de sus aleteos me transmite tranquilidad y el gran alivio de saberlo vivo.
Estoy con el alma desnuda, la piel indefensa. Me siento pequeña, pero no tengo miedo. Este es mi mar. Estas aguas abrazan bien. Dejo que me acunen.
¿Quién podría creerme si digo que es posible que la inmensidad del océano puede caber en una porción de cuerpo, en este cómodo rincón al que acudo en busca de paz y silencio?
¿Quién podría creerme si digo que si se trata de este mar, no hay profundidad a la que temer ni azules oscuros de los que huir?
¿Quién podría creerme si digo que lo único que necesito para alejar a los molestos miedos y a las malas voces, es acurrucarme aquí, justo aquí, en tu pecho?
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